Cuando Jerez fabricaba lápices: la primera fábrica de España y su historia olvidada

En el tranquilo corazón de Jerez de la Frontera, en el popular barrio de San Miguel, se alza una reliquia que ha sido testigo de siglos de vida, sueños y tragedias: el Palacio de Villapanés. No es solo un edificio antiguo, sino una historia viviente. Sus muros respiran memorias de aristócratas y burgueses, de servidumbre y de tiempos pasados que aún palpitan en las esquinas de este palacio barroco, que nació en el siglo XVIII de la unión de dos grandes casas.
Si te detienes frente a su fachada más antigua, la que comenzó a construirse en 1744, puedes imaginar el bullicio de épocas lejanas. La familia Villapanés caminando bajo su imponente arco curvilíneo, los criados corriendo por el patio, y los ecos de conversaciones nobles resonando en los salones. Esta fachada, reformada en 1766 tras los estragos del terremoto de Lisboa, es un homenaje a la resiliencia, a la capacidad de las personas y las ciudades de reconstruirse tras el desastre.
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puerta principal |
Sin embargo, el palacio no es solo una obra de arte arquitectónica; es un refugio de historias humanas. Cada elemento en su diseño, desde las columnas que sostienen el balcón curvilíneo hasta las decoraciones de hojas de acanto y jarrones, parece contar una historia de aquellos que alguna vez habitaron allí.
En su época de esplendor, el palacio fue el hogar de la aristocracia, un símbolo de poder y estatus. La planta baja albergaba los despachos y oficinas donde se gestionaban los negocios familiares, pero en la planta principal, la vida cotidiana se desplegaba en toda su riqueza. Allí vivía el Marqués de Villapanés, Miguel María Panés y Pabón, un hombre cuya vida fue tan monumental como el edificio que ocupaba.
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foto actual patio interior |
Cuentan que era uno de los mayores terratenientes de Jerez, pero más allá de su fortuna, lo que realmente le hacía diferente era su visión. El marqués no solo disfrutaba de su opulenta residencia, también convirtió parte de ella en una escuela de hilados y pasamanería, y en una academia de historia, buscando sembrar conocimiento en su comunidad. No era solo un noble, era un hombre preocupado por el futuro de los suyos.
Si te acercas a las hornacinas que adornan la portada principal, encontrarás dos figuras enigmáticas, que parecen vigilar y proteger el palacio. A la izquierda, un joven alado con coraza, casco y capa. En su espalda lleva un rayo y un sol como escudo, inscrito con tres letras: Q, S, D. Este joven, que representa al Arcángel San Miguel, mira con solemnidad, como si aún guardara la fortaleza de las milicias celestiales, listo para defenderla de cualquier amenaza.
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figura de arcángel san miguel |
En la hornacina de la derecha, se encuentra una figura distinta, más serena. Ataviada con una túnica y una especie de capucha, podría representar a San Rafael, el arcángel cuyo nombre significa "El que cura". Dos figuras que, aunque de piedra, evocan la fe y la protección que alguna vez envolvieron este palacio.
Con el paso de los años, la vida en el Palacio de Villapanés cambió. Tras la muerte del marqués, sus hijos arrendaron la propiedad, y el edificio comenzó a albergar nuevos capítulos: se convirtió en sede de la Real Junta de Comercio, fue una escuela pública, e incluso un cuartel de la Guardia Civil. Hoy, las risas y los pasos firmes de la aristocracia han sido reemplazados por el eco de actividades culturales que buscan mantener viva la memoria del lugar.
Pero no todas las historias que rodean al palacio son de éxito. Se dice que el marqués poseía una de las bibliotecas más importantes de toda la provincia, una colección de libros y documentos que, en un momento de su vida, decidió trasladar a Italia. Sin embargo, el barco que transportaba esos valiosos tomos nunca llegó a su destino. Se hundió en las profundidades del mar, llevándose consigo ese invaluable tesoro, dejando atrás solo el recuerdo de lo que alguna vez fue.
Al caminar por las calles que rodean el Palacio de Villapanés, uno no puede evitar sentir una mezcla de asombro y melancolía. Es un lugar que, a pesar de su grandeza, nos recuerda lo frágil y efímero que puede ser todo. Las vidas de quienes lo habitaron, sus sueños y sus pérdidas, son un reflejo de lo que, en el fondo, todos experimentamos.
Y así, mientras el sol se oculta detrás de las torre de San Miguel, las sombras del palacio se alargan, como si quisieran abrazar a aquellos que se detienen a contemplarlo. El Palacio de Villapanés no es solo una construcción antigua; es una caja de recuerdos, de triunfos y caídas, de momentos que, aunque ahora silenciados, aún susurran a quien se toma el tiempo de escuchar.
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