Cuando Jerez fabricaba lápices: la primera fábrica de España y su historia olvidada

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La historia del Convento de San Agustín en Jerez comienza en la década de los años 30 del siglo XVI, cuando los padres agustinos se establecieron en la ciudad. La primera comunidad aceptó con gratitud la donación de la Ermita de Guía, una ubicación popular cuya advocación titular era San Isidro Labrador. Sin embargo, desde el principio se consideró que este lugar era provisional debido a su emplazamiento extramuros, con el acceso más cercano por la puerta nueva del Arroyo.
El terreno arenoso de la ermita y sus alrededores representaba un problema significativo. Durante las lluvias, el lugar se convertía en un lodazal que dificultaba el acceso, especialmente para los devotos enfermos. Aunque los agustinos solicitaron al cabildo la construcción de una calzada para mejorar la comunicación, el proyecto fracasó por falta de presupuesto y mantenimiento, y la calzada desapareció antes de finalizar el siglo XVI. Ante estas dificultades, los frailes se vieron obligados a buscar un nuevo emplazamiento para su convento.
A partir de 1589, los agustinos intentaron aprovechar el proceso de reducción de hospitales para conseguir un lugar más adecuado. Uno de los hospitales reducidos fue el de Santa Misericordia, situado a la espalda de San Dionisio, con entrada por la actual Plaza del Platero. Este hospital, considerado de especial relevancia, era una ubicación idónea para sus propósitos. En 1593, los agustinos solicitaron al cabildo la cesión del hospital, comprometiéndose a mejorarlo con sus propios recursos. Sin embargo, esta petición desató un pleito ante la curia de Sevilla, que terminó con un fallo en contra de los frailes.
En total, realizaron nueve intentos de obtener el hospital de Santa Misericordia, todos con el mismo resultado negativo. Tras estos fracasos, la comunidad decidió hacer una pausa en sus gestiones hasta que, en enero de 1623, un nuevo prior retomó con energía la tarea de encontrar un lugar definitivo.
El avance decisivo llegó a comienzos de 1623, cuando el prior reunió a los frailes para anunciar la adquisición de una propiedad colindante con el antiguo Hospital del Pilar, otro de los hospitales reducidos desde 1584. Para financiar los 2.750 ducados en los que se había tasado la propiedad, contaron con la autorización para vender ciertos bienes del convento en la Ermita de Guía. Esa misma noche, los frailes se trasladaron a su nueva sede: algunos permanecieron en la ermita para custodiarla, mientras el resto se instaló en las dependencias adquiridas en la collación de San Miguel.
La sorpresa fue grande entre los vecinos de la zona al descubrir la presencia de los agustinos al día siguiente. Habían habilitado una habitación para el Santísimo, lo que simbolizaba su intención de establecerse de manera definitiva. Sin embargo, esto generó las protestas de los curas de la iglesia de San Miguel, quienes llevaron sus quejas al arzobispado. Tras un prolongado tira y afloja y varios recursos legales, las resoluciones favorecieron finalmente a los agustinos.
Con las disputas resueltas, a principios de 1624 se iniciaron las obras del nuevo convento, un proyecto ambicioso que tardaría 20 años en completarse. A pesar de estar extramuros, su ubicación en el barrio de San Miguel, una zona en expansión, garantizaba una mayor conexión con la ciudad.
En total, pasaron casi 50 años desde que los agustinos comenzaron su búsqueda de un lugar definitivo. El nuevo convento no solo resolvía los problemas logísticos y sanitarios de la ermita, sino que también consolidaba la presencia de la orden en Jerez, marcando el inicio de una etapa de estabilidad y crecimiento espiritual para la comunidad.
La historia del Convento de San Agustín es un testimonio de perseverancia y fe, que refleja los desafíos de una época y el empeño de los frailes por cumplir su misión en una ciudad en constante cambio.
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