Cuando Jerez fabricaba lápices: la primera fábrica de España y su historia olvidada

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sorbo de tiempo |
Cuando hablamos de arquitectura, hablamos de tiempo y materia. En Jerez, esta ecuación toma una forma única: la arquitectura del vino, una expresión tangible del carácter industrial, cultural y artístico de la ciudad.
Durante el siglo XX, la ciudad vivió una auténtica transformación gracias al auge de la industria vinícola. Surgieron entonces grandes espacios —auténticas catedrales del vino— que redefinieron el paisaje urbano y dejaron una profunda impronta en la identidad jerezana.
Este proceso tiene su origen en los siglos XVIII y XIX, cuando el sistema de criaderas y soleras se consolida y se produce el despegue definitivo del comercio del vino de Jerez. La demanda internacional atrajo a familias extranjeras que vieron en el vino un auténtico oro líquido, y también la nobleza local se sumó a esta pujanza económica. El resultado fue un crecimiento industrial que tuvo su punto culminante desde finales del XIX hasta los años 70 del siglo pasado.
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oro liquido |
Detrás de estas construcciones monumentales están los nombres de arquitectos, ingenieros y maestros de obras que definieron el lenguaje arquitectónico de Jerez: José San Martín, Balbino Marrón, Valentín Domínguez, Rafael Estévez, Hernández Rubio, Fernández de la Cuadra, Eduardo Pantoja, entre otros. Gracias a ellos, el vino no solo se producía: se construía.
Una de las obras más emblemáticas es la bodega Tío Pepe, proyectada en 1960 por Rafael Estévez. Representa al Movimiento Moderno y se alza junto a la Puerta del Arroyo. Sus muros de ladrillo visto y hormigón imponen presencia, mientras que su gran veleta en la cúspide se ha convertido con el tiempo en un icono reconocible de Jerez.
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vino fino |
A poca distancia, en la Puerta de Rota, encontramos la bodega Mezquita de la firma Domecq, proyectada en los años 70 por Javier Soto López-Dóriga. Su estilo neomudéjar y su diseño interior evocan la sala de oración de la Mezquita de Córdoba, creando un espacio de recogimiento y belleza donde el vino envejece en armonía con la arquitectura.
A medida que avanzaba el siglo XX, las necesidades de la industria vinícola cambiaban, y con ellas también la arquitectura. Así surge en 1974 la bodega Las Copas, situada en las afueras del casco histórico. Fue proyectada por José Antonio Torroja Cavanillas y es un ejemplo de adaptación al nuevo paradigma industrial, alejándose del centro para facilitar la logística y responder a las nuevas exigencias productivas.
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Y ya en el cambio de siglo, entre 1990 y 2002, se levanta la bodega Estévez, obra de José María de la Cuadra, Felipe Merino y Rodríguez Rubio. Esta bodega representa la síntesis perfecta entre tradición e innovación: alberga la última tecnología, con control informatizado de la temperatura, sistemas de microclima y hasta música ambiental, que acompaña el crecimiento del velo de flor en las botas, en una simbiosis única entre ciencia y sensibilidad.
Todo lo expuesto no es más que una muestra del poder simbólico del tiempo y la materia en la arquitectura del vino. Estas bodegas no son solo edificios: son memoria, son testigos de una ciudad que supo construir su futuro entre vapores de vino y muros de cal.
Jerez no solo produce vino, Jerez lo habita, lo construye y lo celebra. Su arquitectura del vino es parte esencial de su patrimonio y merece ser contada, visitada y protegida.
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