Cuando Jerez fabricaba lápices: la primera fábrica de España y su historia olvidada

En ciudades como Jerez de la Frontera, donde la historia y las tradiciones laten en cada calle, el costumbrismo se convierte en el motor de su identidad. El flamenco, la Semana Santa, los caballos, el vino o las peñas no son solo elementos culturales, sino formas de vida. Pero, ¿y si ese mismo costumbrismo que tanto se celebra está frenando el presente y cerrando puertas al futuro?
El costumbrismo tiene valor: mantiene viva la memoria colectiva, sostiene la identidad de un pueblo y crea sentido de pertenencia. En Jerez, hablar de cultura es hablar de compás, de arte popular, de calle y barrio. Hay una riqueza incuestionable en las costumbres que dan sentido a la ciudad.
Sin embargo, cuando esa riqueza se convierte en una especie de dogma, cuando lo nuevo se rechaza porque "aquí siempre se ha hecho así", entonces el costumbrismo deja de ser raíz para convertirse en ancla.
Muchos jóvenes sienten que Jerez no está pensada para ellos. Que la ciudad vive aferrada a un pasado glorioso, pero que no termina de ofrecer espacio para la creación contemporánea ni para nuevas formas de expresión cultural.
Los carteles culturales suelen repetir las mismas propuestas, los mismos nombres, los mismos tonos. Y aunque hay generaciones nuevas con ideas frescas, muchas veces se encuentran con muros invisibles: falta de apoyo, falta de visibilidad, falta de oportunidades.
Esto genera la sensación de que Jerez es una ciudad para los de siempre, para los que tienen palco en la Semana Santa, para los que entienden de vinos, para los que dominan los códigos de la tradición. Con todo el respeto a quienes sostienen ese legado, es importante decirlo: una ciudad que solo mira al pasado no construye futuro.
El costumbrismo no tiene por qué ser un obstáculo. De hecho, puede ser una fuente inspiradora si se entiende como punto de partida y no como línea de meta. Muchos jóvenes jerezanos ya están reinterpretando su cultura: mezclan flamenco con electrónica, escriben desde el lenguaje del barrio, graban cortos en las azoteas del Polígono.
Eso también es cultura jerezana. Eso también debería tener espacio, reconocimiento y apoyo. Porque si no se les escucha, lo que ocurre es lo de siempre: fuga de talento o resignación.
Jerez necesita celebrar sus raíces, sí. Pero también permitir que esas raíces den lugar a nuevas ramas. La ciudad no puede vivir sólo de postales, porque las postales no se mueven.
Ahora Jerez tiene el reto de llegar a ser la ciudad europea de la cultura 2031. Las antiguas costumbres como vino, flamenco o caballos, junto a su Feria o Semans Santa están bien, pero no son suficientes para ese objetivo. Hay que meterse en grandes proyectos como Asta Regia, recuperar el Guadalete o crear la gran fundación de La Cartuja.
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